Salvaescaleras, accesibilidad y solidaridad colectiva
Muchas personas privilegiadas que no necesitan utilizar a diario silla de ruedas o bastón para desplazarse a menudo hacen muchos chistes sobre ello. Fingen, por ejemplo, que se encuentran tan cansados que necesitarían que alguien les llevara en una. Sin embargo, si lo necesitaran realmente, repararían con más frecuencia en la presencia, y sobre todo en la ausencia, de las sillas salvaescaleras en los edificios que visitan, y sobre todo en aquel en el que viven. Si no son conscientes de ello, es que verdaderamente, y como suele decirse, los ciega ese privilegio. No ocurre así con el colectivo de personas con movilidad reducida, en el que incluimos también a las personas mayores. Para esta gente, subir y bajar escaleras sin sufrir es una cuestión de supervivencia cotidiana y, por extensión, de independencia personal.
Por lo tanto, no basta con que solo quien lo necesite sepa que las salvaescaleras son imprescindibles. Es necesario que toda la sociedad, colectivamente y sobre la base de la empatía y la comprensión mutua, conozca la utilidad de este importante recurso de accesibilidad. Hasta cierto punto somos conscientes del uso trascendental de otras herramientas, como, por ejemplo, las rampas, las barras de apoyo o los ascensores. Pero, por algún motivo, las sillas de las que estamos hablando ahora siguen relegadas a una especie de plano secundario. Quizá porque con más específicas. Es decir, aunque sabemos que el uso de los ascensores es prioritario para alguien en silla de ruedas, todos nosotros los utilizamos por igual. Y en cuanto a las rampas, a veces las subimos.
Pero nadie se monta en una silla mecánica especialmente diseñada para personas que no pueden utilizar ninguna clase de escalera. De alguna forma, la percibimos ajena, y en cierto sentido así debe ser, al menos desde una perspectiva meramente individual. Desde la ya mencionada empatía colectiva, sí deberíamos empezar a tomar conciencia de las salvaescaleras en Madrid, o en cualquier otra ciudad o provincia, y sobre todo luchar para que su presencia en todos los edificios sea, como mínimo, universal. Al fin y al cabo, vivimos en sociedad, y en los tiempos que corren es necesario.